Durante los últimos ocho años me he dedicado profesionalmente a la fotografía de manera exclusiva: capturando espacios, editando imágenes, documentando eventos, impartiendo talleres de revelado o asesorando a empresas entre otros proyectos y encargos. Eso se traduce en aproximadamente 200.000 fotografías en todo ese tiempo, 25.000 fotografías al año o unas 68 fotografías diarias. Quizá son algunas más ya que no registro todas ellas, por ejemplo las de los talleres de fotografía, las capturas realizadas durante una prospección o durante ensayos de nuevas técnicas.
Por supuesto no he vendido toda esa cantidad de fotografías pero eso no quita que al cabo del año haya realizado 25.000 fotografías, no para mí sino para nuestros clientes. Visto desde esta perspectiva me es cada vez más comprensible por qué, gradualmente, he dejado de llevar una cámara encima en mis salidas a excepción de la que lleva incorporada mi teléfono inteligente (que resulta ser suficientemente digna como para documentar mi día a día).
Esas 25.000 fotografías anuales son digitales y, aunque no descarto que en un futuro me plantee ofrecer fotografía analógica a mis clientes relacionados con arquitectura y diseño, estoy seguro que la gran mayoría de las imágenes que venda en los próximos años seguirán siendo digitales. La fotografía digital marcó un drástico giro en la profesión. El giro fue tan violento que muchos profesionales intentaron retrasar el cambio lo máximo posible. La era digital cambió la producción de las fotografías, la portabilidad del equipo, la velocidad de las sesiones, introdujo el concepto de la duplicación exacta del original y abrió nuevas vetas de mercado entre otras cosas. Uno de los cambios más importantes, tanto para bien como para mal, fue en el campo de la edición: se acabó trabajar a oscuras, tener que mezclar de manera precisa líquidos de revelado, controlar la temperatura del laboratorio, cambiar las proporciones o los tiempos para películas forzadas, controlar el contraste de las copias con frágiles y carísimos filtros de color magenta y cian, saber que sólo existe un original de tu fotografía y que puede dañarse, mancharse, degradarse ... La fotografía digital evitó todo eso pero justamente esta misma ventaja se convirtió en desventaja cuando nos acostumbramos a ella. Debido a que tu tiempo y el de tus clientes es valioso muchas veces no quieres/puedes/debes alargar una sesión de fotografía tanto como te gustaría, así que “Ya lo solucionaré en postpo” se ha ido convirtiendo en algo común cuando encuentras situaciones solucionables digitalmente. Y eso está bien, es una ventaja que ofrece la era digital en la fotografía, pero ese conocimiento y capacidad de solucionar digitalmente algunos contratiempos también puede convertirse en una deformación profesional, en una comodidad, algo parecido a un derecho adquirido que crees que te corresponde y debes tener. Es como una especie de zona de confort en la que se te permite aumentar la velocidad en detrimento de la captura perfecta a sabiendas de que “ya lo solucionaré en postpo”. Y esa zona de confort digital puede expandirse hacia tu fotografía personal, por una parte porque necesitas practicar ciertas técnicas y por otra porque la velocidad y la facilidad se contagian.
Como a otros muchos, ya sea por edad, necesidad o nostalgia, siento desde hace tiempo la llamada analógica. Creo que es más bien la segunda opción: la necesidad de obligarte a no activar jamas el piloto automático y ser consciente de cada paso que das.
Por eso un día, cuando te das cuenta, en el interminable camino que es la fotografía decides volver a caminar más despacio. Y eso significa volverse analógico. Un día sacas del cajón tu Canon EOS 500 y das unos cuantos pasos atrás, después pruebas una Ensign Ful-Vue, en Berlín te encuentras con una Mamiya 645 y das unos cuantos pasos atrás más y acabas adquiriendo en Porto una Arca-Swiss 4x5 dando otros pasos más atrás y vuelves a encontrarte delante de la bifurcación en la que pensabas que debías escoger entre analógico y digital. Esta vez, en lugar de decidirte por uno o por otro camino decides caminar entre los dos, aprovechando la tecnología digital en tu trabajo y la esencia analógica en tus proyectos personales para volver a ser consciente del camino paso a paso.
Esta evolución la estoy viendo cada vez más en los últimos años tanto en profesionales como en aficionados: cuanto más digital disparas más analógico te vuelves.